EL PECADO Y LA CAUSA FUNDAMENTAL DE LA ENFERMEDAD 

Hay dos tipos de pecados: los generados en esta vida y lo heredados. Estos últimos son el cúmulo global de los pecados cometidos por muchos Antepasados y los primeros representan la suma de actos pecaminosos de la propia persona.  

Nosotros que vivimos actualmente, no somos seres surgidos de la nada, sin relación con nada. En verdad, representamos la síntesis de centenas o millares de Antepasados y existimos en la extremidad esta cadena Somos, por lo tanto, seres intermediarios de una secuencia infinita, siendo una existencia individualizada en el tiempo. En sentido amplio, somos como un eslabón de la cadena que une a los Antepasados con las generaciones futuras; en sentido restricto, somos una pieza, como una cuña, destinada a formar la conexión entre nuestros padres y nuestros hijos. 

La mayor parte de las personas carga una cantidad considerable de máculas, originadas por os pecados. Así, cuando son sometidas al juicio en el Mundo Espiritual, hecho con absoluta imparcialidad, la mayoría acaba cayendo en el Infierno. Debido al sufrimiento de la pena impuesta, el espíritu se eleva poco a poco, pero los residuos de la purificación de los pecados fluyen continua e incesantemente a sus descendientes que habitan el Mundo Material. Eso es como una ley redentora, basada en la Causa y Efecto, en que el descendiente, resultado de la suma global de sus Antepasados, carga con una parte de los pecados cometidos por ellos. Se trata de una Ley Divina inherente a la creación, por lo tanto, al Hombre no le queda otro recurso que obedecerla. 

Nadie logra vivir sin cometer pecados. Estos pueden ser graves, medios o leves, admitiendo cada uno de esos tipos una infinidad de clasificaciones. Ejemplificando, hay pecados contra la ley, contra la moral o contra la sociedad; pecados de naturaleza carnal, que se evidencian en las acciones del individuo, y también pecados psicológicos, cometidos solo en la mente de la persona. Como dijo Jesús Cristo, solo el hecho de desear la mujer ajena, ya constituye adulterio. Es una afirmación correcta a pesar de ser bastante rigurosa. Por lo tanto, aunque no se viole ninguna ley, pecados leves cometidos en el día a día, los que nadie considera pecados, como sentir rabia hacia alguien, querer que alguien sufra o practicar adulterio, si se acumulan por largo tiempo, acaban por asumir proporciones considerables. Vencer una competición o alcanzar éxito en la vida, conductas que implican rivalidad o contienda, acaban por provocar envidia y consecuente odio del perdedor, también son una especie de pecado, pues participa el odio. Matar animales sin necesidad, malgastar recursos y bienes, agredir personas, no cumplir los compromisos, mentir, ser perezoso, dormir demasiado por las mañanas, etc., todo esto son pecados que las personas acumulan sin saber. Esa infinidad de pecados leves, al acumularse en el tiempo, se reflejan en el espíritu en forma de mácula. 

Es común pensar que los recién nacidos no poseen pecados, pero no es así, pues, hasta que sean independientes viven bajo la tutela de los padres y, por eso, deben dividir con ellos la carga de los pecados. Podrán entender mejor este concepto a través de la analogía con los árboles: los padres constituyen el tronco, los hijos las ramas, y los nietos las ramas menores. Así, es imposible que las máculas de los padres no tengan influencia sobre los hijos. A través de los ejemplos citados, podemos ver que no se deben menospreciar ni los pecados cometidos sin querer. Las personas que sufren accidentes o se enferman constantemente, deben reflexionar sobre sus pecados y, encontrando la causa, regenerarse inmediatamente. (…) 

1936 

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