ENTREGARSE A DIOS

Con frecuencia, aconsejo a las personas entregarse a Dios. 

Entregarse íntegramente a Él y jamás preocuparse por lo que pudiera acontecer. Esto parece fácil; pero, en la realidad no es tan simple. Yo mismo me esfuerzo mucho por hacerlo, pero las preocupaciones tienden a aparecer de modo involuntario. Es tan difícil, que lo considero casi imposible en el mundo perverso de hoy. Pero las personas que conocen al Creador, se comportan muy diferente de las demás; tan pronto surge algún desasosiego se acuerdan de entregarse a Dios y se sienten aliviados. 

Sin embargo, hay un punto importante en el que nadie repara. Si se interpretara espiritualmente el acto de preocuparse, se verifica que ello significa una especie de apego. Es el apego a la preocupación. Y este apego a la preocupación es un pícaro que ejerce su nefasta influencia en todos los aspectos. Lo que entendemos por lo común por apego se refiere a la aspiración a la fama, dinero, lujo, deseo de satisfacer todas las propias voluntades, etc. y otro apego de carácter maligno, de obstinarse en desear el mal de cierta persona: Fulano no merece perdón, es un insolente, hay que darle su merecido, etc. 

Pero, el caso es que no son esos apegos, de sobra conocidos, a los que quiero referirme, sino en lo que casi nadie ha reparado: la preocupación por el presente, el sufrimiento en relación con el futuro, la aflicción por algo del pasado, etc. 

Cuando se trata de un creyente, aunque Dios quiera concederle gracias, el apego acaba formando un obstáculo espiritual y, cuanto más fuerte es, más débil es la protección divina; Por eso las cosas no van bien. 

Por ejemplo, cuando una persona siente intenso deseo de poseer algo, difícilmente lo consigue; y de modo inesperado llega a su poder cuando ya se ha resignado a no tenerlo por imposible. Esta clase de experiencia ha de tenerla cualquiera. Asimismo, cuando uno se afana por hacer y ser de alguna determinada manera y parece lograrse, pero no se realiza. Y se concreta de repente, cuando ya lo había olvidado. 

Con el Johrei sucede lo mismo. Cuando hay un gran anhelo de sanar de cualquier manera a un enfermo, la curación no llega; pero cuando se transmite Johrei con despreocupación, o sin pensar si se va a restablecer o no, conseguimos sorpresivamente la mejoría. 

Son frecuentes los casos en que un paciente grave termina falleciendo a pesar del solidario esfuerzo de sus familiares y amistades. Por el contrario, muchas veces se restablece cuando él y sus allegados se preocupan poco de la muerte o permanecen un tanto indiferentes. 

A propósito, también hay otros casos en los que a pesar de que el paciente tiene fuerte deseo de vivir y los familiares anhelan salvarlo de todos modos, la enfermedad sigue agravándose; sin embargo, desde el momento en que todos se resignan por el desenlace fatal, comienza a mejorar aceleradamente. Lo curioso es que aquel que se resiste a morir poniendo en juego toda su fuerza de voluntad, y espera recuperarse apelando a su poder espiritual, casi siempre termina con la muerte, y en esto intervine el apego a la vida. 

Los diferentes ejemplos mencionados demuestran cuán temible es el efecto del apego. Por lo tanto, frente a un enfermo sin esperanza sugiero que se le insinúe la imposibilidad de la cura, y se trate de persuadirlo de que solicite a Dios su salvación en el Mundo Espiritual. Se habla a los allegados en este sentido y se comunica Johrei; y el paciente comenzará a mejorar. 

Es un tema aparte, pero lo mismo sucede con frecuencia en las relaciones amorosas. Si una parte se muestra en exceso vehemente, la otra llega a hastiarse. Es irónico, pero demuestra que el apego enfría el corazón. 

Sin dudas, la mayoría de los acontecimientos del mundo tienen realmente carácter irónico y son, por eso, complicados a la vez que interesantes. Como ha de comprenderse por las explicaciones dadas, cuando las circunstancias no marchan como es debido, el apego está jugando un papel preponderante. 

Por eso, suelo aconsejar que se procure lograr el efecto contrario, que es la ironía de las ironías, pero es la verdad. 

Periódico Eiko no 132

28 de noviembre de 1951 

Tomado del Libro: Cimiento del Paraíso 

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