Hablando de este tema, debo aclarar primeramente que se suele confundir el predestino con el destino. La diferencia es radical. Debemos entender por predestino ciertas condiciones a las que estamos sujetos antes del nacimiento, mientras que el destino depende por entero del hombre.
La difícil realización de nuestros diversos deseos se debe a la predestinación, de la cual estamos imposibilitados de librarnos. Lo esencial es conocer el límite del predestino, lo cual es difícil, o casi imposible. El desconocimiento de ese límite hace que el hombre trace planes superiores a su capacidad y tenga esperanzas indebidas, que lo llevan al fracaso.
Si es consciente de su error, regresará de inmediato al punto de partida; así́, ciertamente, el sufrimiento sería menor; pero la ignorancia del predestino, lo impulsa a proseguir ese camino y así́ aumenta su desgracia.
Esto ocurre por subestimar el rigor del mundo. En consecuencia, la mayoría sólo toma conciencia de la realidad después de amargas experiencias, y luego falla en las tentativas de recuperación o se encuentra impedida de reiniciar las actividades. Felices los que reconocen su error a tiempo, en cuanto toman conocimiento de la realidad; pero muchos terminan su vida en medio de una profunda infelicidad, sin darse cuenta de ello: son dignos de compasión. Esto sucede con el destino de los no creyentes, pero con los que tienen fe ocurre algo diferente.
Debo abordar la cuestión por el aspecto espiritual, y les afirmo que todo se reduce a una palabra: todos los sufrimientos son acciones purificadoras. Muchos creerán que una acción purificadora se refiere solo a las enfermedades, pero no es así́. Todos los padecimientos, como por ejemplo ser víctimas de chantaje, incendio, accidente, robo; desgracia familiar, perjuicio o fracaso en el negocio, necesidad monetaria; conflicto conyugal, desavenencias entre padres, hijos y hermanos, roces con parientes y amigos, todos forman parte de la acción purificadora.
En estas circunstancias, sólo hay un recurso: eliminar las nubes mediante el sufrimiento. Mientras haya manchas, la acción purificadora persistirá́; disminuirlas es la condición primordial para mejorar el destino. Si se logra purificar el alma hasta cierto grado, la desgracia se convierte en felicidad. Como esto es verdad, la buena suerte no se espera con los brazos cruzados, sino purificándose.
Como es la fe el medio para purificarse sin sufrimiento, es natural que no haya felicidad para los que no la tengan. Sin embargo, como hay muchas clases de creencias, es preciso seguir una fe verdadera y de elevado poder para alcanzar la felicidad.
De allí la necesidad de reconocer a nuestra Iglesia Mesiánica Mundial como una religión que reúne las condiciones que acabo de mencionar.
25 de octubre de 1952
Tomado del Libro: Cimiento del Paraíso