Quisiera hablarles sobre el sabor de la fe. No hay nada en este mundo que sea insulso. En la materia, en el hombre, en la vida, etc., no hay casi nada que carezca de sabor. Si se retirara el sabor de la vida, se volvería sosa y desaparecería completamente el ánimo para vivir.
Por lo tanto, no sería exagerado afirmar que la raíz del apego del hombre a la existencia consiste en el sabor que le ofrece la vida. Es natural que en el campo de las religiones se encuentren las que tienen sabor y las que carecen de él. Sin embargo, el mundo es tan extraño que existen las llamadas religiones de pavor. En éstas, los adeptos temen a las divinidades, viven aprisionados por los dogmas, no gozan de la menor libertad y están sometidos a un constante temor. Llamo fe infernal a estas creencias.
El ideal de la fe tiene que ser el de alegrar la existencia, dar tranquilidad y permitir que se disfrute de ese sabor de vivir. Entonces, toda la Naturaleza se transformará: las flores, el viento y la luna, el cántico de los pájaros, la belleza del agua y de la montaña pasan a percibirse como dádivas de Dios; y así llegaremos a agradecer el alimento, el vestuario, la casa como una bendición, hasta simpatizar con los seres irracionales y con los inanimados, tales como insectos, peces, árboles, hierbas, etc. Es el estado de éxtasis.
La religión debe llevar al hombre la despreocupación; y que después de agotar los medios humanamente posibles, deje sus dificultades en manos de Dios. De este modo, cuando me enfrento a algún problema de solución extremadamente difícil, me remito a los cuidados del Absoluto y dejo pasar el tiempo. Muchas experiencias me demostraron que esa práctica da resultados mejores que los esperados y casi nunca se presentaron las circunstancias que me causaban inquietud. Más aún, ellos sobrepasan todos los deseos formulados con antelación.
Por eso, si surge cualquier acontecimiento desagradable yo confío en Dios; luego, admito que esto es presagio de buenos acontecimientos, e instantes después, comprendo que el mal aparente culminó con la venida del bien. Entonces, las preocupaciones se tornan ridículas y comienzo a agradecer.
Creo que mi vida es una sucesión de milagros. Es lo que llamo el asombroso sabor de la fe.
25 de enero de 1949 Cimiento del Paraíso